Job, el sabio, pensó pero no dijo
que lo que está de veras del carajo
es ser aquel juguete cabizbajo
del todopoderoso niño pijo,
que por deporte sopla vida a un hijo
y por ídem lo transforma en andrajo:
se divierte al voltearlo bocabajo
y verlo así, de nervios amasijo.
Al favorito Job, siendo ya viejo,
un día le arrancó lento el pellejo
llevado del capricho, el muy canijo,
y él, aunque sí débil nunca pendejo,
de rabia y miedo herido el entrecejo
se mordió la blasfemia y nada dijo.