Canción de domingo – María Mercedes Carranza

Es inútil escoger otro camino,
decidir entre esta palabra herida y el bostezo,
atravesar la puerta tras la cual te vas a perder
o seguir de largo como cualquier olvido.
Es inútil rociar raíces
que sean quimeras, árboles o cicatrices,
cambiar de papel y de escenario,
ser arco, cuerda, puta o sombra,
nombrar y no nombrar, decidirse por las estrellas.
Es inútil llevar prisa y adivinar
porque no hay tiempo para ver
o demorarse la vida entera
en conocer tu rostro en el espejo.
Los lirios, el cemento, esos ojos zarcos,
las nubes que pasan, el olor de un cuerpo,
la silla que recibe la luz oblicua de la tarde,
todo el aire que bebes, toda risa o domingo,
todo te lleva indiferente y fatal hacia tu muerte.

Presencia – Pureza Canelo

En ti toda la hora buscando		
la distancia más alta del insecto,		
la fibra de la montaña		
envuelta en pinos, en la leyenda		
de parte a parte, de boca a boca,		
como la oscuridad del verso.		
Y sueño mi corazón.		
Bajo el peldaño de la concha,		
bajo otra, bajo más		
la compañía de ti, amor de la noche		
bajo el sol,		
tú, conservador del alma mía,		
de los besos que no existen,		
con todas las nubes acampanadas,		
el tiempo sin el olvido,		
en mi perseverancia.		

Amor, tú, único domador de mis huesos,		
de la distancia,		
de la copla sonámbula,		
este destino en que deshaces mis nudos		
como en ventana abierta.		
Y aquí en la tarde		
cuando la presencia no va a dormir nunca		
no es tu cabeza quien me convoca a ti		
sino el hormiguero de vuelta ya		
que encontrará en la noche		
su martillo silencioso.

Mercado de las ventas – Enrique Gracia Trinidad


Nada como las bolsas de plástico y de mimbre
flotando a media altura en el mercado,
bajo las manos de mujeres fuertes,
sobre pequeños carros donde un mundo cabe,
siempre dejando ver algún tallo de acelga,
una barra de pan o unas cebollas.

Es este un circo de alma insospechada:
el alboroto del frutero,
el perfume a embutido, a papel de envolver,
y la risa del tonto
que ayuda con las cajas de verdura.
El carnicero está de buen humor.
¡La mujer del pescado es tan hermosa!

No hay color en el mundo
como el que tiene un puesto de frutas apiladas,
un color oloroso de piel acariciable y fresca.
¡Hay tanta gente aquí, tanto alboroto!
-¿Quién da la vez?- repite el eco,
mientras un universo multicolor, sin tregua,
sofocante,
desfila siempre igual, distinto siempre,
junto al escaparate de aceitunas.
Se vocea el pimiento con eróticos gritos
y cómplices sonrisas,
interrogan al ojo del besugo,
miran en el profundo corazón
de la lechuga,
se palpa la manzana.

Es este el paraíso reencontrado.
A las diez de la noche
ángeles de amoniaco lo dejarán a oscuras, en silencio.

Pero antes de que llegue la limpieza
tenaz y redentora,
aunque el suelo esté sucio y maloliente,
el aire es de limones, de laurel o canela,
de verde perejil, gamba roja, café,
queso manchego,
vida.
Siempre se ve un cangrejo fugitivo
que busca un niño al que asustar
y lo consigue.

Monzón del mar – Blas de Otero

Ahora que estamos lejos, tú de mí,
yo, revolviendo la tierra por encontrarme,
he preguntado al viento de Pekín
que llega grávido de mares, 
en qué cadera tuya o cantil
se apoya mi memoria, esperándome;
no estoy desarraigado aunque ande así, 
más bien como una rama en el aire
agarrada con las dos manos a su raíz, 
precisamente esta tarde
oigo el golfo de Vizcaya aquí
en el fondo del viento de estos mares
de China, jadeantes de nocturno marfil.

Vaya uno a saber – Mario Benedetti

Amiga
la calle del sol tempranero
   se transforma de pronto
   en atajo bordeado de muros vegetales
el rascacielos de la visión despiadada
   de un acantilado de poder
los colectivos pasan raudos
   como benignos rinocerontes
y en un remoto bastidor de cielo
   las nubes son sencillamente nubes
la muchacha cargada de paquetes
   es una hormiga demasiado obvia
   y en consecuencia la descarto
pero el lisiado de noble rostro
   ése sí avanza como un cangrejo
la monjita joven de mejillas ardientes
   crece como un hongo sin permiso
el hollín va siendo lentamente rocío
y el olor a petróleo se convierte en jazmín

y todo eso por qué
sencillamente porque
en la primera línea
pensé en vos
             amiga.

Túmulo de la noche – José Manuel Caballero Bonald

Túmulo de la noche
mefítica, entre la amoratada
salmodia de los árboles,
cuando el negro crespón penitenciario
del mar me guarecía
de la injusta intemperie,
                         no
lo toquéis con vuestras manos: sagrada
es su pacífica frontera y allí yace
el cadáver del tiempo, la carroña
que arrastra el renegado, la palabra
culpable, el asesino,
                     no lo miréis
con vuestros ojos
gemelos ya a la sangre en que se fijan.

Túmulo infecto de la noche, cuando
con la temible luna hendiendo
las insaciables olas,
no busqué merecerme más refugio
que el de la libertad
junto al ruinoso barracón
marino, cerca
del taciturno azul del arrecife.

Noble tierra maldita, vigilantes
muros de odio, no cerquéis
ese confín desierto, ese nocturno
cuerpo intocable erguido
entre las gradas y los malecones,
vientre abierto del mundo, cuando
con la áspera lengua del verano
fermentando entre líquenes
sedientos, no encontré
más fundación de luz que la tiniebla.

El principio de realidad – Félix Grande

Entre ruinas, entre periódicos sangrientos
se vienen consumando tu muñón y tu ultraje;
infames educados, chaquets llenos de lobo
amenazan a tu conciencia, te martirizan.

Tú venías con una partitura, traías
el pedal de un piano junto a un vaso
para beber el zumo de la amistad -tu sed
pudo haber hecho algún bien en el barrio.

Y te esperaban en la trinchera, vigilaban
tu alma con un espejo retrovisor, caíste
en un espeso charco rojo en donde
kilómetros de venas se habían vaciado aullando.

El charco estaba a la entrada del teatro;
del escenario, lleno de mapas y altavoces,
fluía una voz monótona que hacía promesas: himnos
y porras y papeles, en contrapunto, persuadían.

Lo que has visto ha tornado inflamable a tu idea;
vas a hablar y te aflora por la boca una llama
que solloza tambaleándose entre saliva;
te sueñas como incendio o dragón decadente.

Aquí dan de beber gasolina. En los parques
hay locos incubando crímenes laboriosos.
Vivir parece el epicentro de la desgracia.
Y hace ya veinte años se desmanda el brasero.

El brasero mundial que marea y atufa
antes de reducir a cenizas la vida.
Cada persona es un sobreviviente. Los niños
son desastres subdesarrollados. Hija mía.

Hubo un tiempo en el cual temías volverte loco:
eras feliz, te daba poco miedo la vida,
o bien te daba poco miedo el horror: te hallabas
algo más lejos que hoy de tu cero abrasado.

Venías con alpargatas para andar entre amigos
y viste las aceras asaetadas de esputos
de todos los que duermen fumando. El ocaso
trae un tambor. Amanece con cicatrices.

Contiene más carcoma que madera este baúl.
Ya no quieren los pájaros detenerse en los hilos
del telégrafo: se lastiman con las premoniciones
con que los países, enojados, demoran la barbarie.

Ahora esperas la bala o la hoguera mitológica
o el timbrazo furioso en la puerta, o la locura,
la locura entrañable, dulce, amada mía.
Tú, que venías con una partitura de amor.

Amor a una mañana – Jorge Guillén

Mañana, mañana clara:
¡si fuese yo quien te amara!
Paso a paso en tu ribera,
yo seré quien más te quiera.

Hacia toda tu hermosura
mi palabra se apresura.
Henos sobre nuestra senda.
Déjame que yo te entienda.

¡Hermosura delicada
junto al filo de la nada!
Huele a mundo verdadero
la flor azul del romero.

¿De tal lejanía es dueña
la malva sobre la peña?
Vibra sin cesar el grillo
A su Paciencia me humillo.

¡Cuánto gozo a la flor deja
Preciosamente la abeja!
Y se zambulle, se obstina
la abeja. ¡Calor de mina!

El grillo ahora acelera
su canto. ¿Más Primavera?
Se pierde quien se lo pierde.
¡Qué mío el campo tan verde!

Cielo insondable a la vista:
amor es quien te conquista.
¿No merezco tal mañana?
Mi corazón se la gana.

Claridad, potencia suma:
mi alma en ti se consuma.