Pero a veces las cosas no resultan tan claras.
Abandono las calles del centro, y las afueras
me acogen con su clima de misterio
y el tenue parpadeo de sus luces escasas,
y entonces, ante un vaso,
con los amigos viejos y los amigos nuevos,
en la tasca del barrio, cuando muere el crepúsculo
y el vino más barato nos inunda de besos,
(huésped agradecido de los labios
pero que quiere ver, como hermano indiscreto,
la sombra más oculta
y el rincón más lejano del corazón despierto)
entonces, ante un vaso, me embriagan las palabras
de los amigos viejos y los amigos nuevos:
–De acuerdo estoy en todo lo que dices...
–Estamos convencidos, compañero...
–Lo que piensas, muchacho, es muy hermoso...
–El momento, verás, ya no está lejos...
Y cuando, ya borracho de escuchar los abrazos,
y de apretar palabras, y de beber ensueños,
abandono a los míos y me lanzo a la noche
ya no sé si dormido, ya no sé si despierto,
las cosas me resultan cada vez menos claras...
Porque si bien es cierto que es muy fácil
encontrar la palabra donde estamos de acuerdo,
el hambre no se cansa de andar por nuestras calles,
y continúa el barro, y el hastío, y el miedo.
Alguna vez me sorprendió la noche
muy lejos de mí mismo, en el camino
mil veces transitado
que empieza en dos premisas ya olvidadas
y desemboca siempre en el vacío.
Es hermoso pisar la carretera
o escuchar el crujido de la rama
dormida en el sendero,
cuando se tiene por delante un día
al margen reposado del trabajo,
y comienza el silencio a posarse en los árboles,
y el pecho está sereno y tu momento es tuyo,
y puedes largamente
permitirte el placer de dejar que se pierdan
tus pasos y tus sueños
por el más amplio mar, sin que vigile
tu marcha otro mirar que el de la estrella.
Si acaso lo consigues, es posible
que pienses un momento
al escuchar la música del río,
al contemplar el lienzo de la noche,
que en verdad es magnífico y perfecto
el mundo en que vivimos, y admirable
su belleza templada y apacible.
Pero entonces acaso,
cuando el aire es más límpido y más noble
el curso sosegado del arroyo
y el gozo que del pecho fue a tus labios
y completó el paisaje sorprendido,
ocurre acaso entonces
que el ladrido de un perro vagabundo
se enfrenta con la noche, y es bastante
la imagen que se cruza para hacer que despiertes
y una mano te coja por el brazo
clavándote en cualquier encrucijada,
y te indique el semáforo alumbrado
en el rincón más hondo del cerebro
que conduzcas despacio tus premisas
porque, aunque el bosque es amplio,
la noche no desborda su mensaje de sueños
con la misma medida en cada brote
nacido de la tierra,
y no lejos de ti se halla el hermano
a quien le está prohibido
disfrutar del dormido y admirable
nocturno acompasado de los campos.