Archivo de la categoría: Siglo de Oro

Estoy contigo en lágrimas bañado… – Garcilaso de la Vega

Estoy contigo en lágrimas bañado,
rompiendo siempre el aire con suspiros;
y más me duele el no osar deciros
que he llegado por vos a tal estado,

que viéndome do estoy, y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo viendo atrás lo que he dejado:

y si quiero subir a la alta cumbre,
a cada paso espántame en la vía
ejemplos tristes de los que han caído.

Sobre todo, me falta ya la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.

EN QUE SATISFACE UN RECELO CON LA RETÓRICA DEL LLANTO – Sor Juana Inés de la Cruz

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía;
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo de tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

De «La vida es sueño» – Pedro Calderón de la Barca

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Romance amoroso – Feliciana Enríquez de Guzmán

A lágrimas y a silencios
reducida, Elisio, el alma,
modo le falta a la queja,
de referirse mis ansias.

No tiene la voz acento,
no encuentra el labio palabras;
todo la pena lo oprime,
todo el dolor lo embaraza.

La causa, ¡ay de mí!, es tan triste,
es tan fuerte la desgracia,
que no mata padecida
porque mate imaginada.

Los suspiros desde el pecho
tiernísimamente exhalan
fuego, que a los ojos míos
comunica en vivas llamas.

Estos de mis sentimientos
verás y extremos declaran;
atiende, Elisio, a mis ojos,
pregúntales lo que pasa.

Mas el corazón te envían,
no saben decirte nada;
no es mucho que aquesta vez
le falten lenguas al agua.

Mi afecto, amigo, te explique
la desdicha más extraña,
que si ha de volver al pecho
no importa del pecho salga.

No para buscarme alivios,
para negociarme lástimas
dispensa mi mal conmigo;
que en razones mal formadas

yo propio, ¡Ay, cielo!, te informe;
valor y aliento me falta,
que expiró, ¡terrible lance!,
la generalmente amada.

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? – Lope de Vega

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno obscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de mis plantas puras!

Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»

¡Y cuánta hermosura soberana:
«Mañana le abriremos.» respondía
para lo mismo responder mañana!

Al que ingrato me deja, busco amante… – Sor Juana Inés de la Cruz

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.

Aplaude, lo mismo que la Fama, en la sabiduría sin par de la señora doña María de Guadalupe Alencastre, la única maravilla de nuestros siglos – Sor Juana Inés de la Cruz

Grande duquesa de Aveyro,
cuyas soberanas partes
informa cavado el bronce,
publica esculpido el jaspe;
alto honor de Portugal,
pues le dan mayor realce
vuestras prendas generosas,
que no sus quinas reales;
vos, que esmaltáis de valor
el oro de vuestra sangre,
y siendo tan fino el oro
son mejores los esmaltes;
Venus del mar lusitano,
digna de ser bella madre
de amor, más que la que a Chipre
debió cuna de cristales;
gran Minerva de Lisboa,
mejor que la que triunfante
de Neptuno, impuso a Atenas
sus insignias literales;
digna sólo de obtener
el áureo pomo flamante
que dio a Venus tantas glorias,
como infortunios a Paris;
cifra de las nueve Musas
cuya pluma es admirable
arcaduz por quien respiran
sus nueve acentos süaves;
claro honor de las mujeres,
de los hombres docto ultraje,
que probáis que no es el sexo
de la inteligencia parte;
primogénita de Apolo,
que de sus rayos solares
gozando las plenitudes,
mostráis las actividades;
presidenta del Parnaso,
cuyos medidos compases
hacen señal a las Musas
a que entonen o que pausen;
clara Sibila española,
más docta y más elegante,
que las que en diversas tierras
veneraron las edades;
alto asunto de la Fama,
para quien hace que afanes
del martillo de Vulcano
nuevos clarines os labren:
oíd una musa que,
desde donde fulminante
a la tórrida da el sol
rayos perpendiculares,
al eco de vuestro nombre,
que llega a lo más distante,
medias sílabas responde
desde sus concavidades,
y al imán de vuestras prendas,
que lo más remoto atrae,
con amorosa violencia
obedece, acero fácil.
Desde la América enciendo
aromas a vuestra imagen,
y en este apartado polo
templo os erijo y altares.
Desinteresada os busco,
que el afecto que os aplaude,
es aplauso a lo entendido
y no lisonja a lo grande.
Porque, ¿para qué, señora,
en distancia tan notable,
habrán vuestras altiveces
menester mis humildades?
Yo no he menester de vos
que vuestro favor me alcance
favores en el Consejo
ni amparo en los Tribunales,
ni que acomodéis mis deudos,
ni que amparéis mi linaje,
ni que mi alimento sean
vuestras liberalidades,
que yo, señora, nací
en la América abundante,
compatrïota del oro,
paisana de los metales,
adonde el común sustento
se da casi tan de balde,
que en ninguna parte más
se ostenta la tierra, madre.
De la común maldición,
libres parece que nacen
sus hijos, según el pan
no cuesta al sudor afanes.
Europa mejor lo diga,
pues ha tanto que, insaciable,
de sus abundantes venas
desangra los minerales,
y cuantos el dulce Lotos
de sus riquezas les hace
olvidar los propios nidos,
despreciar los patrios lares,
pues entre cuantos la han visto,
se ve con claras señales,
voluntad en los que quedan
y violencia en los que parten.
Demás de que, en el estado
que Dios fue servido darme,
sus riquezas solamente
sirven para despreciarse,
que para volar segura
de la religión la nave,
ha de ser la carga poca
y muy crecido el velamen,
porque si algún contrapeso,
pide para asegurarse,
de humildad, no de riquezas,
ha menester hacer lastre.
Pues, ¿de qué cargar sirviera
de riquezas temporales,
si en llegando la tormenta
era preciso alijarse?
Con que por cualquiera de estas
razones, pues es bastante
cualquiera, estoy de pediros
inhibida por dos partes.
Pero, ¿a dónde de mi patria
la dulce afición me hace
remontarme del asunto
y del intento alejarme?
Vuelva otra vez, gran señora,
el discurso a recobrarse,
y del hilo del discurso
los dos rotos cabos ate.
Digo, pues, que no es mi intento,
señora, más que postrarme
a vuestras plantas que beso
a pesar de tantos mares.
La siempre divina Lisi,
aquélla en cuyo semblante
ríe el día, que obscurece
a los días naturales, 140
mi señora la condesa
de Paredes, aquí calle
mi voz, que dicho su nombre,
no hay alabanzas capaces;
ésta, pues, cuyos favores
grabados en el diamante
del alma, como su efigie,
vivirán en mí inmortales,
me dilató las noticias
ya antes dadas de los padres
misioneros, que pregonan
vuestras cristianas piedades,
publicando cómo sois
quien con celo infatigable
solicita que los triunfos
de nuestra fe se dilaten.
Ésta, pues, que sobre bella,
ya sabéis que en su lenguaje
vierte flores Amaltea
y destila amor panales,
me informó de vuestras prendas
como son y como sabe,
siendo sólo tanto Homero
a tanto Aquiles bastante.
Sólo en su boca el asunto
pudiera desempeñarse,
que de un ángel sólo puede
ser coronista otro ángel.
A la vuestra, su hermosura
alaba, porque envidiarse
se concede en las bellezas
y desdice en las deidades.
Yo, pues, con esto movida
de un impulso dominante,
de resistir imposible
y de ejecutar no fácil,
con pluma en tinta, no en cera,
en alas de papel frágil,
las ondas del mar no temo,
las pompas piso del aire,
y venciendo la distancia,
porque suele a lo más grave
la gloria de un pensamiento
dar dotes de agilidades,
a la dichosa región
llego, donde las señales
de vuestras plantas me avisan
que allí mis labios estampe.
Aquí estoy a vuestros pies,
por medio de estos cobardes
rasgos, que son podatarios
del afecto que en mí arde.
De nada puedo serviros,
señora, porque soy nadie,
mas quizá por aplaudiros,
podré aspirar a ser alguien.
Hacedme tan señalado
favor, que de aquí adelante
pueda de vuestros crïados
en el número contarme.

Soneto de Miguel de Cervantes a Don Diego de Mendoza y a su fama.

En la memoria vive de las gentes
varón famoso, siglos infinitos,
premio que le merecen tus escritos
por graves, puros, castos y excelentes

Las ansias en honesta llama ardientes,
los Etnas, los Estigios, los Cocitos
que en ellos suavemente van descritos,
mira si es bien, ¡oh fama!, que los cuentes

y aunque los lleves en ligero vuelo
por cuanto ciñe el mar y el sol rodea
y en láminas de bronce los esculpas;

que así el suelo sabrá que sabe el cielo
que el renombre inmortal que se desea
tal vez le alcanzan amorosas culpas.

Escrito está en mi alma vuestro gesto… – Garcilaso de la Vega

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo,
vos sola lo escribistes, yo lo leo,
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros,
mi alma os ha cortado a su medida,
por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.