El conserje de la casa en que vivo es de mi pueblo y, como yo, vino a Madrid hace ya muchos años. Por las mañanas me despierta con un largo lamento en el que caben el río, el castillo, las torres y su casa de entonces. En el patio debe estar su madre cosiendo esa nostalgia cana a cana, debe de estar su primera novia, sus juegos infantiles, los sueños por cumplir. Todo en ese quejido de luz y de misterio con que me despierta, con esa pena balsámica con que hace amanecer el mundo. Y tiene vida la muerte como cuando aún la noche muerde el alba.
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Estremecido vi tu boca aprisa… – Antonio Hernández
Estremecido vi tu boca aprisa
y no era todo, pero era el ave.
Asombro fuiste, pero no es la clave.
Más he caído en mí que en tu sonrisa.
Venía yo de penitencia. Y misa
necesitaba. Y la cantaste suave
como la noche que, aunque duerma, sabe
que oficia, oficia, oficia, oficia, oficia.
De mi sorpresa se creó el diamante.
De tu repente, el rayo. Y con ojeras
pulido me quedé como quien jura.
Mas de lo que amo a mí hay un instante.
Un destello que resta sus maneras.
Una salud que tiene calentura.
Una visión del nodo – Antonio Hernández
Estaba el Este triste como un guía
sin voz. Por el Oeste de la raya
un niño le enviaba a la muralla
la redondez azul de su alegría.
La pelota botaba y se volvía.
Era lo mismo cuando en la batalla
un hermano lanzaba la metralla
al otro, sin saber lo que se hacía.
Los niños, desde el Este, en las ventanas
descorrían visillos y campanas
hasta que el corazón lloraba, ciego.
La pelota seguía rebotando.
El niño del Oeste estaba dando
a Alemania más pena con su juego.
Amor, amor, catástrofe del mundo – Antonio Hernández
El amor es una campana un segundo después
de ser tañida. Luego, se extiende el beso
por la luz, anida en ella, por ella
se proyecta en el aire igual que si salvara.
Y así se nos engaña a pesar de la flecha
que ha atravesado nuestro corazón.
Poética – Antonio Hernández
No le toques ya más
que así es la rosa
de Juan Ramón.
No le toques ya más
que así es la espina
de Vallejo.
No le toques ya más
que así el poema
de Huidobro.
No le toques ya más…
que ya es fragancia el verso.
Tiempo muerto – Antonio Hernández
Por la plazoleta
mi tiempo se aprieta.
¿Dónde vas, poeta?
¿Dónde la muerte todo lo aquieta?
Pero apúrate, apura, corazón… – Antonio Hernández
Pero apúrate, apura, corazón,
sé como leña seca por el fuego,
como el cometa errante en el espacio,
como el cante flamenco en la garganta:
una fugacidad que ha hecho un nido.
He entendido por fin… – Antonio Hernández
He entendido por fin
que escribir es amar
sin amor que te bese.
Comprendo que la luz
solamente se enciende
cuando se va apagando.
He entendido que el sueño
es la vida
como el misterio al rito.
Y, por eso, he aceptado
que no hay que buscar temas
para hablar
sino dejar que hablen
nuestras sombras.